Desgracias que nunca terminaban

Nací en una familia acomodada como la segunda hija de 6 hermanos. El hermano mayor fue prematuro y murió al nacer. Mi hermana mayor se convirtió en la primera hija y fue tratada como una “princesa”. Y el hermano que nació un año antes que yo era el hijo deseado y fue tratado como un “príncipe”. Yo estaba en medio de “la princesa” y el “príncipe” y no recuerdo haber sido adorada o amada y pronto me di cuenta de que “no soy nadie en esta familia”. Cuando tenía 5 años, mi padre murió en un accidente de coche. A partir de entonces comenzaron mis desgracias. La sensación de pena y pérdida por la muerte de mi padre era abrumadora. Antes de recuperarme de este dolor, mi madre se volvió a casar y comencé otra vida con un padrastro. Solo reconocían mi existencia cuando cuidaba de mis hermanos y hermanas menores. Ya en la escuela secundaria, me diagnosticaron un trastorno del sistema nervioso autónomo. Pero esta enfermedad no cambió el mal trato que recibía de mis padres. Como resultado, odiaba a mi madre y a mi padrastro. Después de eso, sufrí toda una serie de malas experiencias:

– Caí en una gran deuda.
– Disgregación de mi familia.
– A mi tía le diagnosticaron una enfermedad debilitante y tuve que cuidarla.
– Mi amigo de la infancia intentó suicidarse.
– Alguien con quien trabajaba comenzó a acosarme.
– Mi madre comenzó a pedirme dinero.

En busca de la salvación

Mi madre me propuso para un matrimonio concertado. Me casé y tuve un bebé. Finalmente sentí la felicidad, pero duró muy poco tiempo. Mi esposo tuvo una aventura, lo cual me dejó destrozada. Traté de suicidarme, pero no lo logré. Decidí vivir para mi hijo, pero aún tenía ganas de matarlo o abandonarlo. Mi estado de ánimo era errático y nunca me sentía en paz. Desesperada por escapar de esta espiral negativa, recurrí a la religión y seguí sinceramente la guía de la enseñanza espiritual durante once años. Como resultado, viví experiencias milagrosas relacionadas con la salud física, pero las heridas en mi corazón nunca se curaron. Y mi odio hacia mis padres y mi esposo no me permitía que mis relaciones mejoraran. Y un día, descubrí Miross.

El cambio fue instantáneo con Miross

“¿Por qué mi vida tiene que ser tan desgraciada?” Miross proporcionó respuestas claras a esta pregunta. Y antes de darme cuenta, estaba fuera de esta “espiral negativa”. Aprendí que la idea “No soy nada” era producto de una baja autoestima y de haberme negado a mí misma, algo que surgió porque me comparaba con mis hermanos innecesariamente. Cuando no nos aceptamos a nosotros mismos en nuestro subconsciente, esto crea una realidad que se refleja en el mundo externo. Así es como funciona este mundo físico. Como no conocía ese mecanismo, no sabía que practicaba la “autonegación”, y la sentía cada vez más. Esa reacción siguió produciendo fenómenos que no quería ver. Y este ciclo negativo siguió repitiéndose. En otras palabras, yo introduje el dato de la “autonegación”, y ese dato salió como autonegación al exterior. Y luego reaccioné (otro dato introducido), y esa reacción volvió a salir. Esto se repetía, y cada vez que se reflejaba hacia afuera, se iba amplificando.

La diferencia entre prácticas religiosas y Miross

Después de comprender la trampa de este mundo a través del sistema Miross, mi vida, que estaba llena de desgracias, se transformó al instante. Cuando participaba en prácticas religiosas, me enseñaron que tenemos pecados transmitidos por nuestros antepasados. Entendí esto y confié en Dios y le pedí su ayuda para resolver el karma. Miross no implica reverenciar o rezar, ni se trata de que alguien haga algo por los demás. Miross es un modo de “conocer el verdadero ser”. Una vez que pude hacer eso, mi dolor desapareció instantáneamente y mi vida llena de dolor se transformó por completo. Miross es una extraordinaria “tecnología del pensamiento de la nueva dimensión”. Aprendí que mis problemas eran simplemente ilusiones que había creado yo misma. Cuando me di cuenta de eso, todo mi dolor desapareció y me liberé de las emociones negativas de sufrimiento, tristeza y odio. Después de eso, pude vivir todos los días con un sentido de gratitud hacia mi esposo, mi madre y mi familia. Ahora mi vida rebosa alegría y paz. Estoy llena de alegría y gratitud al haber aprendido a depender de mí misma para mi propia felicidad. Gracias a esto, puedo decir desde el fondo de mi corazón: “¡Ahora soy feliz!”.